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Bachiller Loyola (1974), Economia (Unphu,1980-Ms Ohio State,1989), Derecho (UTE, 2018). Experiencia laboral en bancos múltiples (BHD, Reservas, Global, Activo); Entidades Reguladoras (Banco Central, Superintendencia de Valores); Consultor, investigador y editor económico en entidades públicas, asociaciones empresariales y centros de investigación (Ministerio de Hacienda, Dirección General Crédito Público, Ministerio Relaciones Exteriores, ANJE, UNE y Fundación Economía y Desarrollo; Articulista prensa nacional (Hoy, El Siglo, Listín Diario y Acento).

martes, 8 de noviembre de 2011

Pimp Bullies

Pimp Bullies es una cinta que promueve, como la mayoría de las producciones cinematográficas, el vicio de las conclusiones por generalizaciones emotivas.  Por un proxeneta sin escrúpulos y abusivo,  se infiere que todos actúan de igual manera con las trabajadoras sexuales.  Esto genera apoyo del público para prohibir la actividad o, como en nuestro caso, exigir a las autoridades más efectividad en aplicar los castigos que establece el Código Penal. 

El mensaje a las personas que, como actividad económica, intercambian sexo por dinero es que no usen intermediarios.  De ellos sólo pueden esperar maltratos, robo de la mayor parte de sus ganancias y exposición a clientes de alto riesgo.  Por cuenta propia estarán mejor, negociando directamente en las vías públicas, explicando con cortesía su tarifario y siguiendo reglas sencillas que garanticen su seguridad física.  El sueño de “ser su propio jefe” también lo consigue con clasificados en la prensa escrita o en la Web y con la “Zona Rosa”, el equivalente a los mercados de productores que venden directamente al consumidor, tendrá su golpe final este intermediario explotador.


El éxito de taquilla de la película y la amplia difusión por diferentes medios de éste mensaje, sin embargo, será asimilado por ellos como otra publicidad negativa en esta actividad tan antigua como la misma más antigua profesión.  Para compensar, “Pantaleón y las Visitadoras”  o repasar la defensa de Walter Block en su libro “Defending the Undefendable”.  Este economista libertario destaca que los servicios del “pimp” lo demandan libremente participantes adultos que obtienen mutuas ventajas en coordinar por su vía el intercambio, pagando una comisión que valoran inferior al costo de hacerlo directamente. Es decir, lo mismo que hace el corredor de bienes raíces contratado por el dueño de un apartamento para encontrar un inquilino.  Ambos intermediarios, por ejemplo, tienen interés en depurar los clientes finales, evitando los más propensos a maltratar las chicas o dañar la propiedad.  Estos aceptan el escrutinio porque entienden que un examen similar hicieron a las contrapartes, aumentando la confianza de recibir lo mejor que pueden pagar.  Por eso donde la ley no interfiere en este aspecto, el abusador es la excepción, nunca la norma.

Aquí trabajadoras independientes y proxenetas se anuncian en todos los clasificados. Estos últimos, sin embargo, se autoincriminan  al describir la  naturaleza de sus servicios, en franca violación a una ley que hasta no admite como defensa el consentimiento de las Isabel, Mónica o Crystal.  Operar de esta manera requiere de una costosa póliza de seguro informal o una pavorosa preferencia por el riesgo, condiciones que favorecen el dominio de villanos como el de ésta película de Alfonso Rodríguez.  Demostrada la riqueza del argumento, el permiso para verla puede estar más cerca.

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