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Bachiller Loyola (1974), Economia (Unphu,1980-Ms Ohio State,1989), Derecho (UTE, 2018). Experiencia laboral en bancos múltiples (BHD, Reservas, Global, Activo); Entidades Reguladoras (Banco Central, Superintendencia de Valores); Consultor, investigador y editor económico en entidades públicas, asociaciones empresariales y centros de investigación (Ministerio de Hacienda, Dirección General Crédito Público, Ministerio Relaciones Exteriores, ANJE, UNE y Fundación Economía y Desarrollo; Articulista prensa nacional (Hoy, El Siglo, Listín Diario y Acento).

jueves, 29 de marzo de 2012

El libro “Compadre Padre Juan” - Acento


Lo compré en la reciente Feria del Libro Católico, escrito por su sobrina, prólogo de su amigo Manuel Maza, testimonios de familiares, compañeros y portada con su foto en sotana, sentado en una moto de trabajo, y la misma sonrisa afable que recordamos los loyolistas de la excursión Pico Duarte 1976. Revelando que fue de Montalvo la iniciativa de esa aventura para iniciar el primero de enero del “Año de Duarte”, con una misa en la cima de su montaña, el Padre Maza inicia la presentación de la obra sobre este extraordinario sacerdote.
Tuvo que haber sido en Mata Grande, durante la bendición al primer desayuno de ese viaje, donde nos dimos cuenta que Juan y Manuel eran jesuitas de la misma masa. En una breve oración, manos abiertas sobre víveres humeando, nos invitó a reflexionar y actuar por una sociedad más justa en la forma retadora, prudente y gentil con que nos marcó Manolo Maza en religión de bachillerato. Por eso creo nos animamos a contarle la historia de mozalbetes inquietos de sexto bachillerato, en un colegio de rígida disciplina, a quienes Maza se presentó con la increíble propuesta de decidir entre dar la clase o salir a recreo.




Montalvo sonreía, como quien conocía los detalles o adivinaba el desenlace, al escuchar que su amigo sacerdote aceptó respetuoso la derrota en el plebiscito y prometió defender nuestra opción ante el Padre Nelson, director del colegio quien tendría la última palabra. Recibió un no rotundo, tal vez en varios idiomas, pero insistió en hacer clases con temas de nuestro interés. “Vamos a leer libros socialistas”, fue la propuesta; “Bien, arrancamos con “Marx para Principiantes”, de Rius, que lo tiene Herrera, busco ahora mi copia y mañana entrego más bibliografía...”. Ahí estaba Maza rindiendo tributo a mentores que, en sus propias palabras, “no me llevaron a ningún circo de pueblo, ni a ningún zoológico, sino que se tiraron conmigo en paracaídas en la jungla de la vida y del saber”, y por el siguiente párrafo de su prólogo a “Compadre Padre Juan”, ahora entiendo mejor la alegría con que Montalvo disfrutó ese relato sobre su amigo.
“En la Iglesia Católica y la sociedad, los finales de los sesentas y los setentas fueron años convulsos de agrios enfrentamientos, utopías generosas, condenas y descalificaciones implacables y revisiones festinadas. Una de las órdenes que más discutió qué ruta emprender fue la Compañía de Jesús. A Juan Montalvo lo encargaron de esa encrucijada delicada donde se cruzaban la agenda de la Compañía de Jesús y el fuego y las inquietudes de los jóvenes recién llegados.”

No volví a ver al Padre Montalvo después de la excursión al Pico Duarte en el 76. Conservo una Biblia que me dedicó, la ilustrada y comentada para la realidad Latinoamérica de esos años. Estuve enterado de sus proyectos, la enfermedad que le costó la vida pocos años después y el noble gesto de donar lo que de su cuerpo fuera útil al morir, que tan conmovedoramente relata su hermano en el libro. En el 2001, me lo encontré mientras trabajaba con los artículos que el Padre Maza incluyó en su libro “Cruzando Encrucijadas”. Los amigos de nuestra promoción Loyola reunimos los fondos para su edición, donde en varios artículos habla de las vivencias y enseñanzas de las excursiones al Pico Duarte donde

“…subí por primera vez en enero de 1976. Me embulló mi amigo, el jesuita mocano, Padre Juan Manuel Montalvo Arzeno, fallecido en enero de 1979. Juancho tenía en su carácter, la camaradería sencilla y cálida de los montañeros. Había escalado varias cumbres andinas en el Ecuador. Siempre que subo por Mata Grande lo voy recordando. Compartía el agua de su cantimplora que parecía no tener fondo. Compartía unas bolitas de tamarindo que siempre compraba. Inventaba estar cansado para que descansásemos los novatos. Reía y hacía reír, animaba a los rezagados y eran su aliento y su risa la fuerza del grupo que ascendía con garbo, jornada tras jornada. Andaba detrás de todo: la cena y el fuego, la comida de los guías y unas fricciones para el que iba acalambrado…Y por eso nadie disfrutaba la excursión como él. En el fondo, todos nuestros pasos eran suyos.”

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